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La IA y el problema ambiental

La inteligencia artificial (IA) que usamos a diario funciona como un gigantesco cerebro virtual. Aprende analizando millones de libros, artículos y páginas web, buscando patrones en los datos.

Cuando le haces una pregunta, no busca la respuesta en una enciclopedia, sino que la genera calculando qué palabras tienen más probabilidad de encajar juntas. Este proceso, aparentemente sencillo, requiere una potencia de cálculo descomunal.

Aquí es donde aparece el problema ambiental. Los centros de datos que albergan estas inteligencias artificiales son verdaderos monstruos sedientos. Para mantener funcionando los servidores que procesan nuestras consultas, las empresas deben refrigerarlos constantemente. El método más común utiliza enormes cantidades de agua que se evaporan para absorber el calor. Solo el entrenamiento de GPT-3 consumió 700,000 litros de agua, lo que es suficiente agua como para abastecer a 2,500 personas por un año. Si se escala esto al funcionamiento continuo de centros de datos de IA, el consumo anual puede rivalizar con ciudades de 90,000 a 180,000 habitantes.

Agua y energía

Pero el agua no es el único recurso que devora la IA. La energía eléctrica que requieren estos sistemas es tan grande que, si la inteligencia artificial fuera un país, estaría entre los 30 mayores consumidores del mundo. Lo paradójico es que muchas de estas instalaciones se ubican en regiones con escasez hídrica, como Arizona o Nuevo México, donde el agua es un bien cada vez más preciado.

Mientras las grandes tecnológicas compiten por crear modelos más potentes, el impacto ambiental crece sin control. El caso más alarmante ocurrió cuando Microsoft reportó un aumento del 34 % en su consumo de agua en solo un año, directamente relacionado con sus desarrollos de inteligencia artificial.

¿Existen alternativas? Algunas empresas están probando soluciones innovadoras, como instalar centros de datos en países fríos para reducir la necesidad de refrigeración o usar agua de mar en lugar de agua potable. Sin embargo, estas medidas aún son insuficientes frente al crecimiento exponencial de la industria.

El verdadero desafío no es técnico, sino ético. En un mundo que enfrenta crisis hídricas y el cambio climático, el desarrollo tecnológico no puede seguir ignorando sus consecuencias ambientales. La próxima vez que uses un chatbot, recuerda que detrás de esa respuesta instantánea hay cientos de litros de agua que ya no están disponibles para otros usos esenciales.

La inteligencia artificial puede resolver muchos problemas, pero primero debe resolver el que ella misma está creando. El futuro de la tecnología debe ser sostenible o no habrá futuro que valga la pena.

Fuente: milenio.com

Silvia Chavela

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