Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo vivió bajo la lógica del poder bipolar. Estados Unidos y la Unión Soviética dividieron el planeta en dos esferas ideológicas separadas por la amenaza nuclear.
Ese equilibrio duró décadas, hasta que la caída del Muro de Berlín dio paso a una hegemonía unipolar encabezada por Estados Unidos: la era del libre comercio y la globalización como promesa de prosperidad sin límites.
Hoy, ese modelo llega a su fin. Surge un mundo tripolar, donde Estados Unidos, China y Rusia representan tres polos de poder con estrategias y ambiciones distintas. Pero, a diferencia del siglo XX, la competencia ya no se mide por misiles o territorios, sino por el control de los recursos naturales, las tecnologías estratégicas y la influencia digital.
El nuevo campo de batalla son los minerales críticos, los chips, la Inteligencia Artificial (IA), los datos y la energía. La disputa no es solo tecnológica, sino también narrativa: cada potencia busca imponer su visión del futuro y su modelo de desarrollo.
El libre comercio, antes motor del crecimiento global, cede terreno ante un proteccionismo pragmático. Las grandes potencias rediseñan sus políticas industriales para asegurar autonomía estratégica, incluso a costa de la eficiencia mundial. La economía vuelve a ser un instrumento de poder.
Incluso el espacio exterior refleja esta competencia. Gobiernos y empresas privadas buscan regresar a la Luna, explorar Marte o dominar las órbitas satelitales. Es un símbolo de cómo la ambición humana ha trascendido los límites del planeta.
Fuente: Expansión
