Gracias a una IA personalizada una mano robótica es hipersensible, para que detecte materiales en cualquier espacio.
Cuando se programa la IA y el robot completa el movimiento, o la orden simplemente, que se le asigna, el software es recompensado con un acierto, cuando falla, es castigado con un error. El problema de esto es que cuando el robot entiende que ha fallado debe de entender que no puede dejar la acción.
Por ejemplo, si sostiene una pelota, y no cumple con el movimiento siguiente que se le pide y se le marca dicha acción fallida como error, él debe entender que debe seguir en el punto anterior y aprender del error. Por este tipo de cosas se necesita una IA cada vez más sofisticada, el problema es que no están todavía al nivel de complejidad que, incluso un bebé, podría llegar a entender.
Dedos con sensores
El entrenamiento llega a tal punto que las cámaras que se integran para ayudar a entender a la IA dónde está el objeto y cómo tiene que cogerlo o sostenerlo se quedan ya cortas, puesto que ha llegado a comprender el concepto de no tener luz y tener que palpar.
Se dotó a los dedos de una serie de sensores para que pudiesen sentir lo que tocan, detectan incluso el movimiento del objeto, como una pelota que se mueve al tocarla, así como su posible ubicación cuando este se desplaza.
En el caso de la pelota, se logró que esta mano robótica hipersensible pueda balancear la presión de cada dedo mediante el entrenamiento de la IA, e incluso, se ha llegado a conseguir que la coja con solo tres dedos sin que haya un desequilibrio de fuerza en cada uno de ellos.
Fuente: elchapuzasinformatico.com